Parte 6 | Una delegación de La Vía Campesina visitó Palestina en diciembre de 2024: Apuntes de sus bitácoras diarias

Del 8 al 18 de diciembre de 2024, una delegación de nueve agricultores visitó Cisjordania, Palestina. Todas sus organizaciones forman parte del movimiento campesino internacional La Vía Campesina, que incluye entre sus miembros a la Unión Palestina de Comités de Trabajo Agrícola (UAWC). Durante muchos años, La Vía Campesina ha apoyado a lxs campesinxs palestinxs frente a la colonización, el acaparamiento de tierras y agua, y las múltiples violaciones de derechos humanos que sufren. Pero desde 2023, la magnitud de las masacres en Gaza y la intención genocida manifiesta del gobierno de extrema derecha israelí han llevado a La Vía Campesina a fortalecer su trabajo de solidaridad con lxs agricultores palestinxs. Organizar una visita de una delegación a Cisjordania se convirtió poco a poco en algo normal.
Dados los obstáculos que el Estado israelí impone para acceder a los territorios palestinos, todos lxs delegadxs eran europexs, procedentes del País Vasco, Galicia, Italia, Portugal, Irlanda y Francia. Fanny y Morgan somos agricultores de Ardèche y Bretaña, y miembros de la Confédération Paysanne. Los siguientes textos son nuestro cuaderno de bitácora durante estos diez días.
Día 7 – Belén
Morgan
Nos despertamos en el apartamento de Hebrón. La noche estuvo agitada. Escuchamos disparos. Mustapha nos explicó que se produjo una redada israelí en la universidad de Hebrón y que los soldados pusieron una pancarta pidiendo a lxs estudiantes que eviten cualquier actividad militante.

Es imposible no pensar en Gaza aquí en Hebrón. El enclave está a unos 50 kilómetros. Anoche, Fuad nos contó que podían oír los bombardeos por la noche. Cuando el tiempo está despejado, incluso se puede ver Gaza y el mar a lo lejos.
Nos subimos en el minibús hacia Belén. Nuestra primera etapa es el campo de refugiados de Dheisheh. Somos recibidos en los locales de una asociación que trabaja por el desarrollo cultural y educativo. Kamal nos explica que existen 59 campos de refugiados palestinos en Medio Oriente, en Cisjordania, en Gaza, pero también en el Líbano, Siria y Jordania. Estos campos son administrados por una agencia de las Naciones Unidas, la UNRWA. En el campo de refugiados de Dheisheh, hay más de 19.000 habitantes en menos de medio kilómetro cuadrado de superficie. 60% de la población tiene menos de 18 años. El campamento fue creado en 1949, en el momento de la Nakba. Sus primeros habitantes fueron los desplazados forzados de 45 pueblos alrededor de Jerusalén Oeste y Hebrón.
En la sala del centro cultural, observamos fotos del campamento en sus inicios. Durante muchos años, estuvo formado por tiendas de campaña. Los habitantes, convencidos de que podrían regresar a sus hogares, se negaban a construir estructuras permanentes. No fue hasta finales de los años 50 que la UNRWA construyó habitaciones pequeñas de 3×3 en cemento, una para cada familia.
Nadi nos explique que Israel se construyó sobre el mito de una tierra sin habitantes y que desde 1948 el Estado israelí intenta que la realidad se ajuste a esa narrativa desplazando por la fuerza y exterminando a lxs palestinxs. Frente a esto, lxs refugiadxs tienen la memoria del éxodo y el arma de la educación. El nivel de alfabetización de la población palestina es muy alto. En los campos de refugiadxs, el nivel de estudios es aún superior al del resto de la población. En Dheisheh, el 27% de los habitantes del campo de refugiadxs tiene un diploma universitario.
Kamala tiene 66 años. Nos dice “yo he nacido aquí, pero mi sueño es no morirme aquí. Quiero volver a ver el pueblo de mis padres”. Cada familia de refugiadxs palestinxs guarda como un tesoro la llave de la casa que tuvo que abandonar por culpa del éxodo forzado. Los hijos y los nietos conocen el nombre de su pueblo natal. Es más, se presentan así “Me llamo Samir, vivo en el campo Deisheh y mi familia viene del pueblo de …”. Nadi agrega “los israelíes piensan que los viejos morirán y que los jóvenes olvidarán, eso es no conocernos. Aquí la familia tiene un rol importante, lxs niñxs crecen con sus padres y sus abuelos, todos los hogares son intergeneracionales y los mayores dedican tiempo a contar sus historias a lxs más jóvenes.”
Nuestros huéspedes nos hablan de la UNRWA. La agencia tiene un rol fundamental en la prestación de servicios básicos en los campos de refugiadxs, como educación, salud, servicios para mujeres, la vacunación de lxs niñxs. Durante el primer mandato de Trump, Estados Unidos recortó su financiación y la UNRWA perdió 300 millones de dólares de su presupuesto. La agencia sobrevive gracias a pagos voluntarios de los países miembros de la ONU, pero su presupuesto general disminuyó mucho. Las consecuencias son notables. En Dheisheh, el centro de salud sólo abre un día por semana. La situación se agravó aún más después del 7 de octubre. Las oficinas de la UNRWA de Belén son objeto de incursiones israelíes casi todos los meses, y se pueden observar los impactos de las balas en los muros. El gobierno israelí no oculta su intención de cerrar la agencia de la ONU y de apropiarse de los edificios para convertirlos en el centro administrativo de Israel en la ciudad. Las oficinas de la UNRWA en Jerusalén también han sufrido numerosos ataques, por no hablar de Gaza, donde casi toda la infraestructura de la agencia fue destruida y cientos de empleados asesinados. Kamal nos explica que la destrucción de la UNRWA es un desafío importante para Israel, porque se trata de negar la existencia de los refugiados palestinos y su derecho al regreso.
Salimos a dar un paseo por el campamento. Vemos una antigua puerta de seguridad que data de antes de 1993, cuando el ejército israelí administraba Belén y controlaba todas las entradas y salidas del campo. Las calles son estrechas. La densidad de población es de más de 50.000 habitantes por km², es impresionante. Para dar un techo a su creciente población, los palestinos tuvieron que construir en altura, y las casas aún conservan las marcas de las sucesivas adiciones de nuevos pisos. Los muros están cubiertos de grafitis. Entramos en una guardería. Lxs maestrxs hicieron todo lo posible para darle vida a las salas, incluso crearon un jardín en el techo para que lxs niñxs puedan ver algo de verde.
Tres palestinxs de Ramallah se unieron a nuestra visita. Nos presentamos. Explico que yo vengo de Bretaña. No conocen. Les digo “¿conocen a Astérix y Obélix?”. Yo suelo utilizar esta referencia cuando estoy en el extranjero, y la mayoría de las veces funciona. Pero mis interlocutores no conocen este cómic. Así que empiezo a explicarles “son galos, celtas, en la época del Imperio Romano. Ellos están rodeados de campamentos militares romanos, viven en el último pueblo que resiste a la invasión, …” De repente me doy cuenta del evidente paralelismo con la causa palestina. Estallamos de risa. Les hablo de la poción mágica, de los viajes de los dos compañeros para apoyar a los otros pueblos sometidos a la invasión romana y nos ponemos a imaginar un próximo volumen “Astérix en Palestina”.
Luego de una calurosa despedida, partimos de nuevo hacia otro barrio de Belén. Nos detenemos al pie del Muro, justo enfrente del hotel “Walled off” creado por Bansky. El hotel parece cerrado, pero el Muro está cubierto de espléndidos grafitis de artistas palestinxs y del mundo. Una verdadera oda a la libertad. Fuad nos propone una foto más del grupo. Levanta la cabeza hacia el mirador y dice “hoy no debe haber ningún soldado por aquí, si no, ya nos habían lanzado gases lacrimógenos. ¡Aprovechémoslo!”. Un dibujo representa a Marwan Barghouti, el preso palestino más famoso. Aghsan nos explica que es una de las figuras políticas más populares entre los palestinos y que, a diferencia de Mahmud Abbas, quien perdió mucha legitimidad, sería creíble para dirigir las negociaciones internacionales sobre el futuro de Palestina. Espera que pueda ser liberado pronto, tal vez en un intercambio entre rehenes israelíes y prisioneros palestinos.

Caminamos hasta otro campo de refugiados, el de Aida, cuya entrada está marcada por una enorme puerta coronada por una llave gigante, la famosa llave que expresa el derecho al regreso de los refugiados palestinos. Frente a esta entrada monumental, a unos cientos de metros, hay una torre de vigilancia. El Muro recorre uno de los lados del campo. Samir nos recibe en los locales de la asociación de barrio “Lajee”. Nos sirve un “maqlouba”, que es un delicioso plato de arroz, de verduras y de pollo cuya particularidad es que se le da la vuelta justo antes de servirlo. Luego del almuerzo, nos proyecta una película sobre el campo de Aida. Allí viven 5.500 personas. La población vive bajo la vigilancia permanente del ejército israelí y sufre represiones casi a diario. Tamam nos dice que probablemente este sea el lugar del mundo que más bombas lacrimógenas ha recibido.
Samid nos presenta a su hermano, Khaled, que tiene 51 años y ha pasado 28 en la cárcel. Fue liberado hace 10 años. Samir tiene 42, con 19 años tras las rejas. También esta mañana, casi todos los hombres que hemos encontrado pasaron muchos años en las cárceles israelíes. La vida en los campos de refugiados es dura: la pobreza, el desempleo, y la falta de perspectivas hacen que muchos jóvenes opten por la resistencia armada. Pero la simple actividad asociativa o levantar la bandera palestina también puede llevar a la cárcel. Los campos de refugiados son objeto de incursiones del ejército israelí de forma regular y los hombres jóvenes son los principales objetivos. La arbitrariedad es la regla. Samir nos explica que no hay justicia civil para los palestinos. Todos comparecen ante el tribunal militar israelí. Muchos de los presos siguen esperando un juicio y permanecen en detención administrativa durante años. Se cree que en la actualidad hay más de 10.000 presos palestinos. La proporción de hombres palestinos adultos que han estado en la cárcel desde 1967se estima en un 40%: en otras palabras, todo el mundo tiene un hermano, un padre, un tío o un primo tras las rejas.
Khaled nos cuenta sobre las condiciones de detención. El hambre, la sed, las torturas, las enfermedades y el hacinamiento hacen que muchos presos no salgan con vida. Estas condiciones empeoraron aún más desde 2023. Es casi imposible visitar a los presos. Los abogados que intentan reunirse con sus clientes también son amenazados. Para sobrevivir, los presos palestinos implantaron una estricta disciplina: “no dormir hasta tarde”. Los prisioneros se obligan a hacer deporte y a estudiar hasta el punto de que, según Samir, “la prisión es la universidad de los palestinos”. “En la cárcel tenemos suerte de tener con nosotros a un número impresionante de profesores universitarios, ¡así que más vale que saquemos algo de provecho!”. En particular, aprenden a hablar hebreo, porque conocer la lengua y la cultura del invasor es una cuestión de supervivencia.
A continuación, Samid nos lleva a los techos de la casa del barrio. Allí vemos una auténtica huerta. Fuad está orgulloso de mostrarnos uno de los proyectos emblemáticos de agricultura urbana de la UAWC, destinado a producir verduras y hortalizas para la población del campo de refugiados. Entramos en un invernadero donde se ha instalado un sistema de cultivo hidropónico. Como en todas partes en Palestina, lo que falta es el agua. Aquí no se desperdicia ni una gota, ya que toda el agua que no absorben las plantas vuelve al sistema de riego, en un circuito cerrado. El espacio es otro factor limitante, por lo que muchos cultivos se realizan de manera vertical. Es súper astuto y todo se hace con materiales reciclados. Estamos alucinados. Está bien, no es ecológico, pero en las condiciones de un campo de refugiados, la hidroponía nos parece realmente útil.

Los coloridos bancos de paletas alegran este rincón del paraíso. Pero basta girar la cabeza para darse cuenta de que, en este techo, estamos a tiro de la torre de vigilancia más cercana. De hecho, hace unos años, un niño murió por una bala disparada desde la misma torre de vigilancia de la puerta grande.
Samir nos acompaña al minibús. Fanny y yo seguimos haciéndole preguntas. “¿Qué se volver a ser libre después de tanto tiempo?”. “Por supuesto que me alegré de volver con mis seres queridos, mi familia. Desde entonces, me casé y tuve hijos. Pero miren alrededor: muros, torres de vigilancia, alambrados. ¿Se puede llamar libertad a esto? Y como soy un antiguo prisionero, no puedo salir de mi barrio. Si paso por un punto de control y me piden mi documentación, es demasiado arriesgado. Apenas puedo desplazarme. Prefiero morir antes que volver a la cárcel”.
Esta visita nos dejó estupefactas. Pero, como suele ocurrir durante nuestra estadía, los momentos más duros se intercalan con momentos de relajación. Fuad decidió que era inconcebible venir a Belén sin visitar la Iglesia de la Natividad. Y como nuestra delegación no sabe mucho sobre la historia de Jesús, es hora de un poco de educación religiosa. Paseamos por un animado mercado y luego entramos en el casco antiguo de la ciudad. El ambiente es cálido y relajado. Aquí, al menos, no estamos a la vista de ningún soldado israelí. Paramos a tomar un jugo de fruta fresca. Fanny y yo hacemos algunas fotos en modo “turista”. Varios lugareños nos saludan y nos dan la bienvenida. Carlos se hace selfies con el vendedor de jugos. Nos sorprendió no ver ninguna decoración navideña, a pesar de que diciembre ya estaba muy avanzado, pero la municipalidad de Belén decidió mantener los costes bajos. También es una forma de expresar solidaridad con la población de Gaza, al no celebrar grandes fiestas mientras continúen las masacres.
Llegamos a la Iglesia de la Natividad. La explanada suele estar llena de una densa multitud de peregrinos. Aquí está casi vacía. Un guía nos lleva al interior de la iglesia y luego nos deslizamos hasta la gruta donde se dice que nació Cristo. Una estrella marca el lugar exacto donde se dice que María dio a luz. Enfrente, la batea que habría servido de cuna. Nunca habría imaginado que un día me encontraría aquí, en uno de los lugares más sagrados del mundo. Un niño, una gruta, un libro: las historias que dan forma a nuestras sociedades dependen de estas cosas tan pequeñas… Ojalá se pudiera proteger la vida de todos los niños de Palestina como si fueran profetas.
Cae la noche. Volvemos a Hebrón.
Aghsan elogió la artesanía local y hacemos una pausa en una tienda de cerámica. Es el día de suerte del vendedor: le vaciamos la tienda. Carlos intenta negociar el precio de una taza ligeramente astillada. El vendedor le responde: “Es como yo, como todos nosotros, aquí estamos todos un poco rotos”. En el taller trabaja un soplador de vidrio. Cayó bajo el encanto de Fanny y le regaló un corazoncito de cristal.
Cuando regresamos al piso, Fuad nos había preparado una sorpresa: tenía todos los ingredientes para hacer el famoso knafeh. Después de una abundante cena, nos trae el postre, en el cual estaba marcado “LVC” por La Vía Campesina. Lo pasamos muy bien.