Una delegación de La Vía Campesina visitó Palestina en diciembre de 2024: Notas de sus diarios [Parte 1]

Del 8 al 18 de diciembre de 2024, una delegación de nueve campesinxs se desplazó a Palestina, en Cisjordania. Todas sus organizaciones forman parte del movimiento campesino internacional La Vía Campesina, que también cuenta con la organización palestina UAWC (Unión de Comités de Trabajadores de la Agricultura) como organización miembro.
Desde hace muchos años, La Vía Campesina se ha solidarizado con las campesinas y campesinos palestinos frente a la colonización, el acaparamiento de tierras y agua, y las múltiples violaciones de derechos humanos que sufren. Sin embargo, desde 2023, la magnitud de las masacres en Gaza y la intención genocida abiertamente declarada del gobierno israelí de extrema derecha han llevado a La Vía Campesina a reforzar su labor de solidaridad con el campesinado palestino. Organizar la visita de una delegación a Cisjordania se convirtió, poco a poco, en algo evidente. Debido a los obstáculos impuestos por el Estado israelí para acceder a los territorios palestinos, toda la delegación fue europea, provenientes del País Vasco, Galicia, Italia, Portugal, Irlanda y Francia.
Nosotras, Fanny y Morgan, somos campesinas de Ardèche y Bretaña, y miembros de la Confederación Campesina de Francia. Los textos que siguen son nuestro diario de viaje durante estos diez días que transformaron nuestras vidas y nuestra visión del mundo.

Día 1: Entrar a Palestina
Ir a Palestina no es un viaje «clásico». Desde septiembre, tuvimos varias reuniones con la UAWC para preparar nuestro viaje. Se decidió que la delegación llegaría en parte por el aeropuerto de Amán y el valle del Jordán, y en parte por el aeropuerto de Tel Aviv.
El domingo 8 de diciembre, Fanny y yo nos encontramos en el aeropuerto de Roissy en Francia. Intenté registrarnos para el vuelo esa mañana: obtuve la tarjeta de embarque de París a Praga, pero no la de Praga a Tel Aviv. En el mostrador, los agentes de la aerolínea registraron nuestras maletas hasta el aeropuerto Ben Gurión, pero nos dijeron que debíamos esperar hasta llegar a Praga para saber si nos permitirían embarcar hacia Israel. Así que subimos al primer avión sin saber si lograríamos llegar a nuestro destino.
En Praga, el registro se realizó sin problemas. Después de pasar por controles de seguridad reforzados, esperamos nuestro vuelo, rodeadas en su mayoría de pasajeros israelíes. Unas horas de vuelo más tarde, aterrizamos en Tel Aviv a las cuatro de la mañana.
Al bajar del avión, los carteles publicitarios promueven la solidaridad entre cristianos y judíos. Luego, en el pasillo principal de la terminal, se exhiben los retratos de rehenes israelíes. Caminamos hasta el punto de control. La inmensa mayoría de los pasajeros utiliza los mostradores destinados a titulares de pasaportes israelíes. Somos unas pocas personas las que nos dirigimos a los mostradores para extranjeros. Fanny y yo estamos nerviosas. ¿Lograremos pasar? ¿Nos rechazarán?
El interrogatorio no dura mucho, pero esos minutos son angustiosos. La agente de aduanas es suspicaz y no podemos decir que vamos a Palestina. Por suerte, tenemos una reserva de hotel en Jerusalén. Tras varias preguntas, me devuelve el pasaporte con el visado. Fanny me espera. Recuperamos nuestras maletas, aliviadas.
A la salida de la terminal nos espera Saïd. Es amigo de la UAWC y residente de Jerusalén, lo que le permite, a diferencia de otros palestinos, ingresar en territorio israelí gracias a un coche con matrícula amarilla. Este es un aspecto esencial del sistema de apartheid en Israel/Palestina. Los israelíes tienen matrícula amarilla y derecho a circular en Israel, Jerusalén y Cisjordania ocupada. Lxs palestinos tienen matrícula blanca y no pueden acceder a Israel ni a Jerusalén (ni siquiera a Jerusalén Este, aunque debería formar parte de los territorios palestinos). Existe, además, una categoría específica de palestinos residentes en Jerusalén que tienen matrícula amarilla y una tarjeta de identidad especial. Un sistema complejo de rutas permitidas para unxs y prohibidas para otrxs, junto con barreras y múltiples puestos de control, completa este dispositivo kafkiano.
Saïd conduce. Avanzamos rápidamente por las carreteras reservadas a los vehículos con matrícula amarilla en dirección a Jerusalén. Poco antes de llegar, tomamos un desvío. Ramala está a unos diez kilómetros al norte de Jerusalén. Si no fuera por el Muro, las dos ciudades estarían conectadas. Pasamos un puesto de control sin que nos revisen —es más fácil en esta dirección— y cruzamos al otro lado del Muro. Las carreteras son más irregulares. El amanecer ilumina Ramala. Estamos en Palestina.
Saïd nos lleva hasta el apartamento donde el resto de los delegados ya ha llegado la noche anterior. Son las seis de la mañana. Rápidamente, nos acostamos. «Mañana» empieza a las 7 a.m.

Día 2: Ramallah
Descubrimos montículos de escombros, casas destruidas, devastadas por las excavadoras israelíes. Visitamos los restos de una villa enorme con una piscina en el sótano. El ambiente es escalofriante. Jamal nos dice: «La causa palestina no es una causa humanitaria, los palestinos no son pobres. No queremos caridad, queremos justicia.»
Fanny:
Después de apenas una hora de sueño, envueltas en gruesas mantas, sentimos que algo se mueve a nuestro alrededor y que es hora de levantarse. A 900 metros de altitud, hace frío en Ramallah en diciembre y las viviendas rara vez están calefaccionadas. No podemos decir que estemos muy frescas, Morgan y yo, cuando descubrimos a los compañeros de La Via Campesina con quienes vamos a convivir en este gran apartamento bajo el tejado.
Están Ollie de Irlanda, Pier y Elisa de Italia, Kelo y Malu del País Vasco, Dora de Galicia y Carlos de Portugal. Se habla en inglés con todo tipo de acentos, a veces también en euskera, castellano o italiano. Compartimos nuestro primer desayuno a base de pan pita, hummus, zaatar (mezcla de sésamo tostado, sumac y orégano) con aceite de oliva, frente a las colinas soleadas cubiertas de edificios blancos y grises imponentes, donde se destacan grandes bidones y reservas de agua en los techos. Pronto entenderemos que el agua aquí es un desafío inmenso.
Mustapha viene a buscarnos en minibús para llevarnos a la sede de la UAWC.
Allí nos reunimos con Fuad, el director de la UAWC, y a todo el equipo que nos recibe calurosamente, entre ellos las increíbles Sana, Aghsan y Tamam, quienes nos acompañarán durante nuestra estancia.
Nos dirigimos todos juntos a conocer a los responsables de organizaciones de la sociedad civil agrupadas en la red PNGO.
Después de un turno de presentaciones, el director de la coalición, Amjad Shawwa, toma la palabra a través de la pantalla. Se encuentra en Deir El Bala, en el centro de Gaza, y nos explica la situación en el lugar.
“75,000 personas se encuentran en el norte de Gaza, sin comida ni ayuda humanitaria desde hace dos meses. Han sido desplazadas tres o cuatro veces. El 70% de las personas muertas son mujeres y niños. El 70% de los hospitales ya no funcionan. Y los problemas alimentarios son insolubles: en la franja de Gaza se producían cítricos, naranjas, uvas, guayabas y fresas. Todas estas producciones han sido destruidas y ahora la hambruna se ha desatado. Antes del 7 de octubre, 700 a 800 camiones cruzaban la frontera, hoy solo hay entre 30 y 40 al día, lo que representa solo el 5% de las necesidades diarias. Las ONG hacen lo que pueden para ayudar a la gente.”
Los testimonios se suceden para denunciar la colonización, el imperialismo y la ideología racista sionista. Los responsables de las asociaciones dicen que los palestinos ya no tienen esperanza en la comunidad internacional y las leyes internacionales, que están agradecidos por la solidaridad expresada por los movimientos sociales en el mundo, pero que ya no confían en los gobiernos, sobre todo los europeos.
Piden que la emoción de la solidaridad se transforme en acción de presión. «La solidaridad no debe ser caridad, debe convertirse en acciones para detener la complicidad de sus estados. El cambio debe pasar por un embargo total sobre las armas, el boicot a Israel y sanciones fuertes y firmes».
También se habla de una posible conferencia internacional en apoyo a Palestina. De saber cuándo delegaciones como la nuestra podrán finalmente llegar a Gaza para poder dar testimonio.
Amjad concluye este encuentro con esta frase: «Pedimos justicia para las víctimas y queremos soñar o creer que la tierra palestina volverá a ser verde y que los pescadores volverán a ver el mar.»
Tenemos una cita a primera hora de la tarde con el Ministro de Agricultura. De camino, nos detenemos a ver la tumba de Yasser Arafat, y Fuad nos ayuda a repasar su trayectoria, la esperanza que despertó en los palestinos, pero también sus errores. Con Morgan, nos recuerda necesariamente la visita en 2002 de delegados de La Via Campesina a Ramallah, donde algunos, como Paul Nicholson, campesino vasco y coordinador del movimiento en ese momento, habían servido de escudos humanos para Arafat en su cuartel general durante varias semanas en plena ofensiva israelí.
Luego damos una vuelta y comemos algo en una tienda de productos campesinos apoyada por la UAWC. Es imposible para mí recordar todos los nombres de las especialidades culinarias que ofrecen, pero como campesinas y campesinos, todos estábamos muy curiosos de conocer los secretos de transformación y conservación, entre otros, de las bolas de queso labneh en aceite de oliva.
Nos recibe Rezeq Salimia, ministro de Agricultura, acompañado de varios funcionarios y electos.

Nos explica que Palestina tiene la capacidad de ser autosuficiente en gran parte de su alimentación (lo era anteriormente), especialmente en la producción de verduras, pollos, aceite de oliva y dátiles. Lo mismo ocurría con los productos pesqueros, cuyo sector, mayoritariamente localizado en Gaza, se desplomó debido a la ocupación, el bloqueo y los ataques, y ahora está totalmente inoperativo desde el 7 de octubre.
En Cisjordania también la situación se ha agravado considerablemente desde el 7 de octubre, especialmente por la multiplicación y expansión de las colonias, la confiscación de tierras agrícolas, el bloqueo de las rutas de acceso y los ataques directos de lxs colonos a lxs agricultores en sus tareas cotidianas. Por ello, se ven obligados a reorientar las políticas agrícolas para articular una respuesta de emergencia.
Uno de los enormes desafíos es permitir el acceso al agua mediante el desarrollo de microproyectos de almacenamiento de agua, implementando técnicas de riego modernas, especialmente en la producción hortícola. Gracias a este fortalecimiento del riego y su eficiencia, podrían aumentar su producción y evitar que los trabajadores se desplacen a Israel.
También hay proyectos de reforestación para devolverle el verde a Palestina.
Pero, dice él, «El problema es la ocupación, la apropiación de tierras y agua, la destrucción y los ataques a los bienes y personas. Si no hubiera ocupación, estaríamos listos para la Soberanía Alimentaria.»

Pero, dice él, «El problema es la ocupación, la apropiación de tierras y agua, la destrucción y los ataques a los bienes y personas. Si no hubiera ocupación, estaríamos listos para la Soberanía Alimentaria.»
Recuerda que el 65% de las tierras agrícolas están en la zona C (Morgan explicará más adelante las zonas A, B y C) y que cada vez que lxs agricultorex van a sus campos, corren riesgos reales de ser impedidxs, atacadxs o, en el peor de los casos, asesinadxs. Destaca la importancia de la presencia de voluntarios internacionales en el lugar para evitar en lo posible las violencias y abusos, y permitir a los campesinxs trabajar.
La jornada continúa con el encuentro con Jamal de la asociación «Stop the Wall». Nos propone de inmediato llevarnos al lugar para que podamos ver y entender. No hacen falta grandes discursos ni explicaciones cuando nos enfrentamos al Muro, cuando vemos el territorio fracturado por estos enormes muros de concreto, las torres de vigilancia, las alambradas y cercas que dividen Palestina y protegen Israel, extendiéndose a lo largo de más de 700 km.

No hacen falta grandes discursos ni explicaciones cuando nos enfrentamos al Muro, cuando vemos el territorio fracturado por estos enormes muros de concreto, las torres de vigilancia, las alambradas y cercas que dividen Palestina y protegen Israel, extendiéndose a lo largo de más de 700 km.
Forzosamente, nos recuerda la caída del Muro de Berlín, porque aunque era una niña en ese entonces, sentí la fuerza del evento, y de manera ingenua, desde mis 8 años, creí que este tipo de locuras ya pertenecía al pasado. También pensamos en México y en todos los «muros» anti-migrantes en Hungría, Bulgaria, Calais…
Jamal nos muestra una nueva colonia en la colina frente a nosotros, y nos explica que el barrio palestino allí está completamente aislado, bloqueado, guetizado, atrapado entre el Muro, las colonias y los puestos de control.
Vemos Jerusalén al fondo, tan cerca de Ramallah. Sana me explica que no tiene derecho a ir allí y que nunca ha podido poner los pies en esa ciudad. Al igual que la imposibilidad de los palestinos de Cisjordania de acceder al mar, que se encuentra a solo unas decenas de kilómetros…
Luego descubrimos montículos de escombros, casas destruidas, arrasadas por las excavadoras israelíes. Visitamos los restos de una villa enorme con una piscina en el sótano. Queda la mosaico. El ambiente es escalofriante.
Jamal nos dice: «La causa palestina no es una causa humanitaria. Los palestinos no son pobres. No queremos caridad, queremos justicia.»
Entre el Muro, los escombros, los antiguos y nuevos barrios palestinos, hay olivos por todas partes, niños que juegan al atardecer, perros que vagan, algunas ovejas.
Al caer el crepúsculo, paseamos por un barrio fantasma, cerca del Muro, donde las casas, tiendas y talleres han sido abandonados. Al llegar, vemos a dos chicos que bajan de una escalera apoyada en el Muro. Parece que tienen costumbre de pasar, a más de 8 metros de altura, probablemente para ir a trabajar en Israel, arriesgando su vida. Si un soldado israelí los ve, arriesgan, en el mejor de los casos, años de prisión, y en el peor, ser abatidos.
La expresión «hacer el muro» cobra todo su sentido allí donde impera el apartheid. En medio, solo se alza una casa habitada rodeada de vegetación donde una familia resiste, un pequeño oasis en medio del colapso. Tenemos la sensación de estar en una novela distópica muy sombría.
Regresamos al centro de Ramallah; la noche cae rápidamente en invierno. Los minaretes puntiagudos se recortan contra el horizonte, parecen lanzas clavadas hacia el cielo, iluminadas por un extraño resplandor verde.

Se nos invita a un shawarma en la escuela de danza del Centro de Arte Popular Palestino, donde Aghsan baila. El director de escena nos muestra extractos del nuevo espectáculo en el que los bailarines y bailarinas interpretan coreografías populares con trajes tradicionales, pero dándoles una nueva perspectiva. Aghsan, con su figura esbelta y fina, su largo cabello castaño y sus enormes ojos negros, es sin duda la más hermosa a mis ojos. Ella proyecta la imagen de una juventud digna y fuerte, orgullosa de su identidad.
CONTINUARÁ