Chile: Las semillas tradicionales en la Nueva Constitución
Que la nueva Constitución garantice en su Artículo 55 “el derecho de campesinas, campesinos y pueblos originarios al libre uso e intercambio de semillas tradicionales” es un paso gigantesco para avanzar hacia un futuro en que sea posible producir y vivir dignamente en el campo, asegurando la alimentación y el buen vivir para todos y todas.
¿Qué hace un campesino o campesina sin semillas? No puede sembrar, no puede producir, no puede comer ni vivir de su trabajo. Es una realidad cruda y sin apelación, que muy bien conocen campesinas, campesinos y pueblos originarios. Esa es la razón por la que los pueblos del campo y especialmente las mujeres del campo, han mantenido y cuidado sus semillas desde los albores de la agricultura. Ha sido un cuidado paciente, afectuoso, sofisticado y con mucho conocimiento, que llevó primero a la domesticación de todos los cultivos que hoy conocemos y luego al desarrollo de una diversidad inmensa que se expresa en miles de variedades de papas, maíz, porotos, trigo, calabazas, hortalizas, frutales y hierbas. Gracias a esa inmensa riqueza creada y cuidada por comunidades campesinas e indígenas, la agricultura se expandió y enriqueció en el mundo entero, dando alimento a la humanidad entera y asegurando la base para la evolución material, cultural y espiritual de todas las sociedades.
La mejor forma de cuidar las semillas es cultivándolas y permitiendo que otros las cultiven. Por lo mismo, junto a la siembra, el uso y el cuidado, también el intercambio de semillas es esencial para mantener su riqueza, su vigor y su productividad. Gracias a ese intercambio, llegaron a Chile el trigo, el arroz y gran parte de las hortalizas y frutas que hoy consumimos. Gracias a ello también nos llegó el maíz, el ají y el pimentón desde Mesoamérica, mientras desde Chile se diseminaron papas, tomates y frutillas. Gracias al intercambio, hoy podemos comer una gran gama de sabores, aromas y texturas y hay variedades adaptadas a los más diversos tipos de suelos, de clima, de formas de cultivo, de consumo y de procesamiento.
Las semillas mueren si no se las cultiva y no se intercambian. Los campesinos y pueblos agricultores del mundo entero lo han sabido por siglos, y el cuidado de las semillas ha sido labor principal, ligado a las tradiciones, a las celebraciones, las ceremonias y la espiritualidad. Por miles de años, conservar e intercambiar libremente las semillas fue considerado un derecho fundamental e incuestionable, tan innegable como el derecho a sembrar y a alimentarse.
Durante los últimos cincuenta años, sin embargo, los sistemas campesinos de semillas se han erosionado gravemente. Por un lado, los sistemas de asistencia técnica han promovido semillas de la llamada Revolución Verde y han generado una mirada de desprecio hacia las variedades campesinas y tradicionales, la que ha sido reforzada por las grandes cadenas de comercialización. Por otro lado, grandes empresas, especialmente transnacionales, han buscado monopolizar el mercado de semillas y han exigido derechos exclusivos, primero de comercialización y luego de reproducción, a los que llamaron derechos de obtentor. Lo que está en juego no es menor. Las empresas semilleras vendieron más de 50 mil millones de dólares en 2020, y esperan vender el doble de aquí a diez años (referencia acá). Con el paso del tiempo, lo que las empresas exigen ha sido cada vez más amplio, llegando en la actualidad a restringir los derechos de comunidades campesinas e indígenas a seguir utilizando sus semillas. Las organizaciones campesinas e indígenas de Chile se han resistido firmemente a este proceso y han logrado, con el apoyo importante de la sociedad toda, mantener vivos los intercambios de semillas y detener una nueva ley que grandes empresas transnacionales han tratado de imponer desde 2012.
Las organizaciones campesinas y de pueblos originarios que se involucraron en la Convención Constitucional incluyeron entre sus principales propuestas a la Nueva Constitución el derecho de campesinos, campesinas y pueblos originarios al libre uso e intercambio de las semillas tradicionales. Desde el principio tuvimos el apoyo de los Constituyentes ligados a las comunidades rurales, pero fue igualmente necesario explicar a muchos otros la importancia de esta norma y cómo ella está íntimamente ligada al derecho a la alimentación, a la posibilidad de vivir y producir en el campo y la soberanía alimentaria del país. Nuestras explicaciones dieron fruto, y la norma se aprobó con 114 votos, alcanzando una transversalidad muy por sobre los dos tercios necesarios.
Esta y otras normas incluidas en la Nueva Constitución que permitirán apoyar y fomentar la agricultura campesina e indígena, nos llenan de optimismo y esperanza. La riqueza de variedades tradicionales que aún se mantienen en el campo, junto a las que conserva el INIA en sus bancos genéticos es inmensa. Abarca cerca de 1000 variedades de porotos, cientos de variedades de papas chilotas y no chilotas, maíces de clima frío y de desierto, de riego y de rulo, trigos de invierno y primavera, blandos y duros, tomates de distinta forma y color, cebollas, ajos, puerros y chalotas diversas, sandías, melones, zapallos de diversos colores y tamaños. Podríamos seguir enumerando largamente. Lo importante es que todas ellas nos permitirán impulsar una producción segura, suficiente para asegurar la alimentación de todas y todos, adaptada a las muy distintas condiciones que se viven en las distintas regiones del país, que nos permita superar gradualmente la dependencia frente a los agroquímicos y nos entregue herramientas para sobrevivir al cambio climático y aportar a su reversión.
Que la nueva Constitución garantice en su Artículo 55 “el derecho de campesinas, campesinos y pueblos originarios al libre uso e intercambio de semillas tradicionales” es un paso gigantesco para avanzar hacia un futuro en que sea posible producir y vivir dignamente en el campo, asegurando la alimentación y el buen vivir para todos y todas.
Estimados y estimadas convencionales Constituyentes: por el resguardo de las papas nativas chilotas, únicas en el mundo, por la recuperación de nuestras variedades de trigo, por nuestro maíz amarillo de Angol, por el amarillo de ‘uble, para cuidar el maíz Lluta, para que las terraza del norte no dejen de florecer, cada rincón de Chile guarda sus semillas. Muchas han cruzado ríos, cerros, mares, valles para quedarse con nosotros y nosotras; ellas nos enseñan a levantarnos tempranito para regarlas o cosecharlas antes que se desgranen, que las cuidemos de las heladas y las lluvias, y cuando llegan los pajaritos a recogerlas en el potrero, les armamos un espantapájaros, hablamos con él (con esas ropas viejas y el sombrero encajado en unos colihues) para pedirle aleje las loicas, tordos, codornices y que no se acerquen las torcazas y cachañas. Las guardamos, alejando las semillas del ratón, colgándolas en el calcetín viejo de mi padre o madre por las vigas de la cocina.
Por favor no permitan que nuestras semillas no tengan un sitial en esta nueva Constitución; si ellas quedan en la Constitución, quedará con ellas la esencia de nuestro país. Estarán los cominos del Choapa, los tomates del valle del Loa y también el limachino, los gigantes tomates rosados, sin dejar afuera las frutillas blancas. Nuestra nueva Constitución debe ser con aromas de norte a sur, con cientos de sabores y una inmensa diversidad de colores. La comida es felicidad, sin semillas nos alejamos de la felicidad cada vez más. Ningún metal en el mundo tendrá más valor, que nuestras semillas campesinas.
(Extracto de una carta a las y los Convencionales Constituyentes).
Por CLOC-Vía Campesina Chile; Osvaldo Zúñiga, presidente de la Federación Ranquil; y Camila Montecinos, ingeniero agrónomo, integrante de ANAMURI.
Originalmente publicado en https://resumen.cl/