Honrar el conocimiento

Por Norma Giarracca *

En la localidad brasileña de Dorado Das Carajás, el 17 de abril de 1996, diecinueve trabajadores sin tierra fueron masacrados en un hecho aún sin resolver judicialmente. Desde entonces, Vía Campesina, la federación de miles de organizaciones de pequeños agricultores del mundo, recuerda en esta fecha el día de la lucha campesina; es decir, la lucha por la tierra, por una vida digna, por la búsqueda de la soberanía alimentaria para todos y de una agroecología que nos reconcilie con los bienes naturales y la naturaleza. “Campesinado” es no sólo una referencia a un actor social, sino una opción frente al modelo del “agronegocio” que implica otra reproducción material de la vida, de los alimentos, pero también otro mundo social y cultural. Es un mundo integrado no sólo por los trabajadores de la tierra, comunidades indígenas, sino por comerciantes, agrónomos, maestros, médicos, universitarios, científicos, artistas, periodistas y por todos los que sienten incomodidad y hartazgo ante lo que el neoliberalismo deparó a la agricultura y la producción de alimentos. Ese mundo social campesino, mucho más refinado y complejo de lo que el pensamiento moderno-colonial le endilga, reenvía a música conmovedora como la de Anton Dvorak, Heitor Villalobos o Atahualpa Yupanqui, a una admirable estética artesanal y a pensadores de la densidad de Alexander Chayanov, John Berger o Juan Rulfo.

El lunes pasado, Página/12 registró un claro ejemplo de lo que sostenemos. El periodismo cuando es autónomo e independiente de las grandes corporaciones, la ciencia cuando no está al servicio de la ganancia neoliberal y la universidad cuando retoma su apelación a los hombres libres, dejan de jugar para el encubrimiento del sufrimiento humano que acarrean las nuevas tecnologías de punta del agronegocio y apoyan –directa o indirectamente– los reclamos de muchos campesinos de todo el mundo: la fumigación con glifosato contamina y causa enfermedades, malformaciones y muerte. Existen muchos casos probados en el mundo de las consecuencias de los agroquímicos en general y del glifosato en particular. En 2003, agricultores formoseños se intoxicaron y perdieron cultivos e ingresos a raíz de una fumigación con glifosato e intervino la Justicia. En años posteriores, las denuncias se incrementaron en casi todas las provincias y en Paraguay la muerte del niño Silvino Talavera conmovió a quienes aún conservan humanidad. El sojero responsable fue condenado a sólo dos años de cárcel. Si esto está comprobado por la Justicia, entonces, en este país que es uno de los cinco que producen soja a gran escala –y fumiga a gran escala–, ¿por qué la ciencia no había investigado hasta ahora las consecuencias del glifosato en las células o los embriones? ¿Por qué son muy pocas voces periodísticas las que dan a conocer estas catástrofes sanitarias? ¿Por qué las agencias nacionales de ciencia siguen teniendo convenios y hasta un Premio Monsanto –la empresa productora del agroquímico en base a glifosato–?

Una respuesta posible es porque el agronegocio, con sus propagandas en los medios, sus convenios con las universidades y los científicos, puede imponer su punto de vista. No obstante, es un intento de explicación incompleta. Es público y evidente que todo está instalado para comprender el mundo y comprendernos como sociedad con los epistemas –los modos de conocimientos– supuestamente “universales”. Nos miramos desde que somos nación en un espejo equivocado: creemos que somos “modernos” y que lograremos el desarrollo que nos prometieron los países que lo alcanzaron –devastando nuestros territorios y explotando poblaciones durante siglos–. Nos miramos en un espejo donde tapamos con terciopelos europeos y goma de mascar norteamericana el gran sufrimiento de nuestras poblaciones, seguimos devastando y esperando el desarrollo. Por eso, los “mundos campesinos” –también en las ciudades– recuerdan este 17 de abril como la lucha por un “mundo otro”. Como se ha venido haciendo, se puede conmemorar –como sostiene Vía Campesina– globalizando la lucha y la esperanza. Pero este año también se puede celebrar desde este “país sojero” honrando el conocimiento científico y su valiente difusión.

* Socióloga, coordinadora del Grupo de Estudios Rurales (UBA).

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