Brasil: MST sobre acoso en los movimientos #25Nov24
Por Mayrá Lima
En este breve texto quiero traer algunas notas sobre el acoso, especialmente en lugares de militancia política. Escribo consciente de quién leerá estas líneas: mujeres militantes de un movimiento social consolidado. No pretendo agotar aquí el debate, ni siquiera por el poco espacio asignado. Entiendo la sensibilidad del tema, así como su potencial controvertido. Entonces, ¡vamos! Sin pretensiones…
Datos de los más variados tipos muestran que el acoso, del tipo que sea, es un fenómeno basado en relaciones de poder y que reafirma las desigualdades de género en los más diversos ámbitos sociales. En una relación donde hay acoso, el trasfondo es la creencia de que la otra persona se encuentra en una situación jerárquica inferior a la del agresor.
De esta manera, la conducta califica tipos de acoso: si es sexual, es el delito (Código Penal art. 216-A), de “avergonzar a alguien con la intención de obtener ventaja o favor sexual”; si es moral, es una conducta abusiva e intencional que busca dañar la dignidad, la integridad física o psicológica de una persona. El acoso sexual es una conducta que vulnera la libertad y dignidad sexual de las personas; es decir, besos robados, manoseos, tocamientos, lamidos, tocar partes íntimas, eyacular y/o masturbarse delante de personas sin consentimiento- puede acarrear entre uno y cinco años de prisión.
El acoso ocurre la mayor parte de las veces contra las mujeres, por ser una acción resultante de la incidencia social de las relaciones patriarcales. O para citar a una intelectual ya muy conocida por muchos de nosotrxs, Heleieth Saffioti: donde el acceso al cuerpo de una mujer es parte del “contrato sexual” que configura las relaciones de género desiguales (Gender Patriarchy Violence – Saffioti, 2015). Hay roles sociales que fueron construidos para las mujeres en el contrato social que subyace a las sociedades capitalistas modernas. Y en estos roles, las mujeres son cuerpos “disponibles” para los hombres para el trabajo doméstico, el cuidado y la subordinación sexual.
Es en este contexto más sociológico y político que el acoso se “justifica” en el mundo del trabajo, un lugar construido para las masculinidades, para los hombres en posiciones de mando. Sin embargo, no sólo. ¿Qué pasa con el acoso en las organizaciones políticas y movimientos sociales? ¿O incluso cuando se trata de mujeres en puestos directivos como otros hombres?
Las mujeres militantes tienen obstáculos que superar en sus organizaciones políticas, así como en cualquier otro ámbito social. Ahora bien, ¿Quién de nosotrxs nunca ha tenido que abandonar temprano una reunión porque nuestro hijo necesitaba cuidados? ¿Las conversaciones fuera de los foros “oficiales”, comunes a la política, consideran lo que es seguro para las mujeres? ¿Cuántas mujeres jóvenes fueron interrogadas sobre sus actividades políticas, o se equipararon sus relaciones afectivas? Si estamos tratando temas que son sociales, ¿no es de esperar que en nuestros espacios políticos también se den casos de acoso? Lamentablemente, sí.
Sin embargo, existe un sentimiento de legitimación del acoso como algo cotidiano. Las mujeres militantes suelen verse obligadas a “salir” de estas situaciones, a no problematizar para no hacerlas vulnerables a las disputas políticas, o incluso a no exponer a la organización política y a los órganos de gobierno de los que forman parte. Hay vergüenza en compartir lo desagradable e incluso cierto retraso en entender la frontera -nada corta- de la “broma” a la situación de acoso.
Es difícil concebir que los cuerpos de las mujeres tampoco puedan ser respetados en lugares donde se deposita la confianza política. Y la forma velada e individualizada que a menudo ocurre contribuye a esta “legitimación” de una situación “superflua”, sin importancia. Sin embargo, cuando conectamos con la reflexión sobre las desigualdades de género, queda claro que el acoso es una forma de violencia que, por ser tan común, debería recibir mayor atención.
Cuando analizamos los espacios de militancia política, consideramos la preservación de la camaradería. Es en este lugar donde la observación resulta más difícil, ya que no reconocer el acoso como una práctica violenta conduce a la falta de registro. La falta de registro dificulta el conocimiento. La falta de conocimiento hace que sea más difícil implementar medidas de combate adecuadas. Y aunque haya alguna relación laboral de por medio, no se espera que los espacios donde se cultivan valores que buscan la emancipación humana causen ningún tipo de violencia a ninguna persona viva.
El acoso interfiere directamente con el poder militante de las mujeres, restringiendo su desempeño corporal y psicológico. La noción de solidaridad mutua que nos impulsa a seguir adelante y luchar por cualquier causa se rompe cuando el cuerpo y el ser mujer no son respetados en sus especificidades. Vamos por partes, pero nunca enteras”.
En el caso de las mujeres negras, esto es aún más sensible, ya que la raza se cruza, es decir, interactúa y se superpone con otros factores sociales. La definición del papel de la mujer negra está aún más abajo en la escala de valoración de lo que se considera digno en la sociedad. Tomo el ejemplo de las mujeres negras que sufren violencia, a veces por parte de mujeres blancas, dados los roles aún más subordinados que históricamente se les han asignado. O incluso el cuerpo sexualizado en reflexiones provocadas por la cultura esclavista y los recuerdos de cuerpos previamente violados por amos y terratenientes.
Lo que nos ocupa habla de la necesaria y constante deconstrucción del acceso al cuerpo de las mujeres como algo público. También habla de cambios culturales en la comprensión del ser mujer en la sociedad en las dimensiones de género, raza e incluso sexualidad. Obviamente el acoso no es violación. Pero la violencia, por “suave” que sea, sigue siendo violencia. Y si el objetivo es superar las relaciones de dominación, esto también se aplica a los espacios donde ejercemos la política.
Las relaciones de camaradería dentro de una organización política deben normalizar actitudes, actos y modales que reflejen lo que se busca como resultado de un proyecto político. Un proyecto político emancipador, a su vez, requiere hombres y mujeres solidarixs, en relaciones de plena igualdad. Sostener relaciones y organizaciones políticas silenciando la violencia, incluido el acoso, significa sostener estructuras ancladas en la sustentabilidad de esa misma violencia. Pero “dejarlo ir” tiene consecuencias; se presenta en la eliminación de la militancia femenina, en el cambio de dirección, de perspectivas políticas, en el debilitamiento de cualquier proyecto político emancipatorio.
Combatir el acoso, queridxs amigxs, es una tarea que requiere resistencia y una postura militante. Es una tarea política colectiva. Una organización política que busca emancipar verdaderamente a lxs sujetxs no puede ser un espacio para la reiteración de la violencia, por pequeña que sea. Porque la violencia, cuando se normaliza, tiene el poder de destruir los sueños, las pasiones, lo que mueve a las personas en movimiento.
La búsqueda de espacios de confianza entre mujeres permite lo que muchas veces se ve como un arrebato. Por otro lado, es fundamental sensibilizar al interior de la organización política hacia una educación militante en la que la igualdad de género sea una construcción constante; donde hombres y mujeres comprendan y aprendan actitudes, actos y maneras que necesitan ser reflejadas para ser percibidas y rechazadas simplemente por ser violencias.
¿Cuáles son los mecanismos de acción para combatir el acoso? Me parece que la primera tarea es reconocer que esto es violencia. Acoger con atención y seriedad. Comprender los efectos de los más variados acosos sobre la acción política de las mujeres a partir del registro. Al fin y al cabo, hay que saber encontrar soluciones y no permitir que más mujeres pierdan la lucha porque no logramos establecer espacios plenos para actuar con confianza.
Quizás ni siquiera sea necesario reinventar la rueda: sino más bien promover el debate colectivo y público a diario. Quitar el acoso de este telón que lo cubre y que manifiesta condiciones de insalubridad que no suman a la lucha política. De hecho, sólo nos frena como seres humanos.
Notas
1. Agradezco los amables comentarios de Liu Durães (BA), Laryssa Sampaio (CE) y Lucineia Freitas (MT) para la formulación de este texto.
2. El uso repetitivo de la palabra “violencia” es intencional.
*Mayrá Lima es Politóloga/ Sector de Comunicaciones del MST/ Brigada Adão Pretto
**Editado por Fernanda Alcántara