Presentación de Francisca Rodríguez en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares
(En representación de La Vía Campesina)
Roma, 27-29 octubre 2014
Saludamos y celebramos esta oportunidad de diálogo por la inclusión social entre los movimientos populares, el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el Papa Francisco y los Obispos aquí presentes. Esperamos contribuir y cooperar en pos de hacer realidad en todo momento y lugar los principios de dignidad de la persona humana, del bien común y de la solidaridad.
Las y los campesinos del mundo somos pueblos, comunidades, organizaciones y familias altamente diversas. Representamos distintas culturas, visiones de mundo, formas de trabajo, visiones y convicciones políticas y religiosas, pero nos unen nuestros sueños y nuestras luchas por seguir siendo mujeres y hombres del campo y por seguir existiendo como pueblos originarios, agricultores, criadores, recolectores, pastores, pescadores.
Nos enorgullecemos de ser lo que somos, no queremos migrar forzadamente a las ciudades o al extranjero. Queremos seguir cumpliendo nuestro papel fundamental: alimentar a la humanidad con nuestro trabajo, nuestros saberes y nuestros bienes naturales, asegurando que el derecho a la alimentación se cumpla para todos y todas sin excepción, y que la Madre Tierra sea cuidada mientras de ella obtenemos el sustento.
En este caminar y batallar, reconocemos la influencia de la Iglesia Católica y los esfuerzos de sectores importantes de ella por acompañar a los sectores populares.
Somos la inmensa mayoría de quienes trabajamos y vivimos en el campo y casi la mitad de toda la humanidad, pero accedemos a menos de un cuarto de toda la tierra, luego de siglos de despojo creciente y violento. Con la poca tierra que aún logramos mantener, producimos la mayor parte de los alimentos en el mundo.
Sin embargo, la concentración de la tierra en manos de los capitales y la especulación continúa, aumentando su violencia en la medida que resistimos.
Este despojo y acaparamiento de la tierra y los territorios, el agua, los recursos naturales y hasta el aire, han sido las consecuencias del avance sin freno del capital sobre el campo y sobre los trabajadores rurales. Los Estados y Organismos Internacionales, incluso las propias Iglesias, han ido cediendo a las presiones y aceptando que se les despoje de sus poderes, deberes y funciones de proteger y defender el bien común.
Estamos así atrapados en un mundo dominado por el capital y las lógicas de mercado. La expansión del agronegocio y los monocultivos, el uso cada vez mayor de los agrotóxicos, la explotación del trabajo, la eliminación alarmante de fuentes de trabajo, la concentración cada vez mayor de los mercados y el secuestro de la ciencia y la tecnología para ponerla al servicio del capital, son procesos que se impulsan desde las esferas del poder como una realidad incuestionable.
Las consecuencias son claras. A la contaminación y el deterioro de nuestro entorno, se suma el aumento de la desigualdad y el número de personas hambrientas, obesas y enfermas. El agronegocio no busca alimentarnos, sino aumentar sus ganancias. Las enfermedades son parte importante de su negocio: las mismas transnacionales que nos enferman nos venden luego los fármacos que no nos curan, pero nos mantienen funcionando.
Los problemas que sufrimos en el campo tienen un impacto fuerte en la ciudad. La migración deteriora la vida de todos, la pérdida de los valores y la cultura. El abandono de nuestros sistemas alimentarios nos va enfermando y quitando el sentido de comunidad. La inseguridad laboral y de fuentes de ingreso se combinan con el endeudamiento y el consumismo, lo que va rompiendo lazos de solidaridad y reciprocidad, despojándonos de la conciencia social. Aumenta la violencia doméstica e institucional, vemos cómo la droga se abre paso mientras las autoridades se niegan a ver a los verdaderos traficantes y criminalizan a la población. El respeto a los derechos sociales y económicos se ha transformado en asistencialismo, con políticas y programas que sólo buscan compensar algunos impactos, pero no nos permiten avanzar en una senda liberadora.
Queremos enfatizar que no dejamos la tierra de manera voluntaria. La mayoría de nosotros y nosotras recurrimos a diversos trabajos y generamos múltiples estrategias de sobrevivencia por mantenernos en la tierra. Esa tenacidad es lo que las autoridades llaman la “multifuncionalidad” o nos señalan como trabajadoras “polivalentes”, como si fuera un titulo importante o algo deseado.
Las verdaderas causas que nos obligan a emigrar y dejar la tierra están en la falta de adecuadas políticas agrarias y de programas acordes con las necesidades de la agricultura campesina y de nuestras prácticas productivas para la alimentación de los pueblos.
Todo esto contrasta con el apoyo amplio de la mayoría de los gobiernos y los organismos internacionales al gran capital, permitiendo el estrangulamiento económico, el arrinconamiento físico, el abuso cada vez mayor por parte de las grandes empresas que van despojando de los derechos laborales a las y los trabajadores y conformando nuevos enclaves de trabajo esclavo.
A eso se suman las trabas cada vez mayores que nos van imponiendo para comercializar nuestra producción de manera justa, el no reconocimiento de nuestros derechos sobre la tierra, el agua, los bosques, el desprecio de nuestros conocimientos y culturas, en fin, el despojo de nuestra propia identidad.
Es extremadamente grave el ataque que hoy sufren nuestras semillas. Hace ya más de doce años que levantamos una campaña mundial por su defensa, por defender nuestras prácticas milenarias de cuidarlas, mejorarlas, cultivarlas e intercambiarlas. Son prácticas que con el paso de los siglos se han constituido en derechos fundamentales y sagrados los pueblos indígenas, y para los hombres y mujeres del campo.
Este ataque, dirigido por las mayores transnacionales del mundo, encabezadas por Monsanto, es apoyado o avalado por la mayoría de los gobiernos y organismos internacionales que sucumben ante sus presiones y amenazas.
Estamos en un momento crítico, en que necesitamos juntar fuerzas con los más amplios sectores para que nuestra resistencia logre evitar que las leyes conviertan en un crimen nuestras prácticas de cuidado e intercambio que hicieron posible la creación y expansión de la agricultura.
La ciencia al servicio del capital no solo pone en peligro nuestras semillas y cultivos, también la vida de la Madre Tierra. La ingeniería genética en sus muchas formas y los organismos transgénicos son un ataque a la sacralidad de la vida por parte de empresas que juegan a ser dioses con el único fin de maximizar sus ganancias y dominar el mundo.
Bajo falsas promesas de mayor productividad, a pesar que las pruebas indican lo contrario, las empresas con la ayuda de muchos gobiernos están imponiendo los organismos y cultivos transgénicos, que contaminan nuestros suelos, nuestros cultivos, nuestros alimentos y nuestros cuerpos.
Mientras resistimos, conservando y cuidando nuestras propias semillas, las transnacionales de los agronegocios presionan a los gobiernos del mundo para que acepten las semillas Termineitor, semillas desnaturalizadas que no pueden vivir si no reciben sustancias químicas que nos venderán las mismas empresas.
También hay complicidad entre empresas y muchos gobiernos cuando buscan imponer como solución la mal llamada agricultura climáticamente inteligente, que profundiza la destrucción ambiental, aumenta la concentración y control de las transnacionales, y agrava los ataques a nuestra autonomía y todos los procesos que nos expulsan de la tierra.
La ciencia ha sido censurada para que no investigue seriamente y de verdad los efectos de los transgénicos a corto y largo plazo. Así, las y los científicos honestos no puedan dar la voz de alarma sobre lo que efectivamente está ocurriendo.
Visto de esta manera nos atrevemos afirmar que estamos frente a un proceso de destrucción masiva de las distintas formas de vida -incluida la nuestra- donde no se permite que la ciencia real haga su trabajo de ir descubriendo lo que ocurre y alertando al respecto.
Las comunidades y las familias rurales que tienen la desgracia de quedar encerradas en un mar de cultivos transgénicos sufren graves daños en su salud con tasas alarmantes de cáncer, abortos espontáneos en las trabajadoras y nacimientos de niños con deformaciones congénitas, condenados a morir.
Las intoxicaciones masivas conllevan pérdidas de vida y no sólo de la vida humana. También nuestros animales se afectan, las aves se enferman y mueren por los agrotóxicos, la tierra y las fuentes de agua son agotadas o contaminadas. Lo cierto es que, por sobre todo, los cultivos transgénicos producen hambre y pobreza, ya que nos expulsan y su fin primordial es producir materias primas industriales, no alimentar a las personas.
Nuestras tierras y territorios así como nuestros bosques y nuestras aguas están siendo arrasadas igualmente por la minería y los mega-proyectos
En muchos países sufrimos las consecuencias de las guerras declaradas y no declaradas por las fuerzas armadas regulares, los paramilitares o los narcotraficantes, cuyo fin es oprimirnos, mantener la industria bélica y otros negocios de los grandes capitales. Para esto, criminalizan nuestras luchas y cada día sufrimos la muerte, encarcelamiento y el montaje de juicios contra las y los dirigentes líderes y militantes.
Las situaciones son graves, alarmantes e indignantes, como por ejemplo en Afganistán, África Occidental, Colombia, Guatemala Honduras, Kurdistán, Paraguay, México, Palestina, Siria, Sudán, sólo por nombrar algunos de los casos más dramáticos y serios.
A pesar de todo lo señalado, seguimos resistiendo aferradas y aferrados a la tierra para mantenernos en el campo y defender su función social, que es “Alimentar a los pueblos.”
Estamos acá, amigos y compañeras y compañeros, porque entendemos que ésta es una lucha difícil y de largo aliento. Somos hombres y mujeres organizados. Somos parte de la Vía Campesina, un movimiento amplio, con presencia mundial donde defendemos el derecho y el sueño a seguir siendo campesinos y pueblos del campo, donde luchamos por el buen vivir de todas y todos. Somos un movimiento que ha logrado elaborar propuestas de vida, trabajo y convivencia digna entre todos y todas.
Cuando los gobiernos dijeron que garantizar la seguridad alimentaria se basaba en generar la capacidad para adquirirla, tuvimos la convicción y la sabiduría de afirmar que la alimentación no podía convertirse en un negocio por ser un derecho humano fundamental. Entonces proclamamos la Soberanía Alimentaria, como un derecho fundamental de los pueblos a definir, desarrollar y mantener la agricultura campesina y sus sistemas de alimentación.
La fuerza y justeza de nuestro planteamiento radica en que junto a un gran número de otros movimientos y redes sociales, fuimos llenándolo de contenido hasta concluir que la Soberanía Alimentaria es un principio de vida que se sostiene, se defiende y no se negocia.
La Soberanía Alimentaria comprende nuestro derecho a la tierra y los territorios, al agua, a nuestras semillas y nuestro ganado, a los bienes naturales, a nuestras formas culturales de producir y cuidarlos.
La soberanía alimentaria da prioridad a las economías y a los mercados locales y nacionales para asegurar que nuestro trabajo sea compensado de manera justa y nos permita vivir dignamente.
La soberanía alimentaría exige nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades, y la libertad para ejercer nuestro trabajo, para vivir dignamente y permitir la vida digna del resto de la humanidad.
Luchamos por dejar detrás todos los prejuicios discriminatorios y sexistas para avanzar hacia una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, de igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y de libertad. Asumimos que la lucha por erradicar la violencia en el campo y en particular la violencia que sufren las mujeres y la igualdad entre los sexos es primordial. Ya no queremos soportar la opresión de sociedades tradicionales, ni de las sociedades modernas, que sostienen los sistemas patriarcales.
Esperamos de este encuentro herramientas importantes para avanzar en nuestras luchas y en la solidaridad entre todas las luchas populares: quisiéramos que este diálogo permita sensibilizar a los miembros de los movimientos populares y de la Iglesia Católica frente a los problemas específicos que enfrentamos.
Buscamos esto convencidas y convencidos que la permanencia de la agricultura campesina y de los pueblos indígenas, junto a las otras formas populares de pesca, recolección, crianza animal y caza son la única garantía real de acabar con el hambre, la mala alimentación y el deterioro ambiental tanto en el campo con la ciudad.
El año que está terminando fue declarado por Naciones Unidas como el Año Internacional de la Agricultura Familiar. La organizaciones del campo abogamos por que a esta definición había que ponerle nombre y apellido, por tanto lo declaramos el Año Internacional de la Agricultura Familiar Campesina e Indígena.
Pero también señalamos que frente a la situación en que se desenvuelve nuestra agricultura, no bastaba un año, pues no sólo vivimos y nos desarrollamos de halagos, reconocimientos vacíos o de buenas intenciones. Lo que requerimos son políticas públicas basadas en el bien común y en el buen vivir de la gente.
Requerimos pueblos soberanos para garantizar Soberanía Alimentaria a la humanidad. La alimentación no puede ni debe ser un negocio; es un derecho humano que los Estados deben garantizar y por tanto deben proteger sus agriculturas y a quienes continuamos en esta sagrada labor de producir los alimentos para los pueblos. Por tanto, aquí se requiere mas de un año para volver las aguas a sus cauces.
Por eso clamamos ¡Soberanía alimentaria ya!
No podemos continuar aceptando lo mil millones de hambrientos, ni un millón, ni cien mil, ni un hambriento mas en el mundo, como si esto fuera una causa natural. Los pueblos con hambre y que no producen su propia comida son pueblos atrapados en la sobrevivencia, que no puede pensar y decidir libremente, no pueden ser independientes, no pueden resistir ni proyectarse a futuro, no pueden ser libres ni soberanos.
Nos parecería importante un pronunciamiento de la Iglesia y los movimientos populares que ponga la defensa de la alimentación y por ende de la agricultura campesina e indígena, en el centro de las luchas sociales.
No podemos subordinar el bienestar de todas y todos los trabajadores a las pretensiones de acumulación de capital.
Queremos explicar a todas y todos el porqué de nuestras luchas específicas:
Luchamos por una reforma agraria integral y popular, porque sin tierra y sin territorios no somos pueblos, no somos libres ni somos dignos y esta es no solo una lucha de las y los campesinos.
Luchamos por el fin del agronegocio. Creemos que la sociedad debe limitar las pretensiones de lucro cuando eso impide la dignidad humana, el buen vivir y el cuidado de la naturaleza, poniendo en peligro el futuro de todas y todos.
Por las mismas razones, luchamos por el fin de los tratados de libre comercio en la agricultura.
Luchamos por recuperar y fortalecer nuestras formas de hacer agricultura campesina e indígena de base agroecológica. Solo así podemos asegurar la alimentación para cada persona mientras simultáneamente cuidamos la Madre Tierra y revertimos las causas del calentamiento global.
Luchamos por el fin de los cultivos transgénicos en todas sus formas, porque no aportan al bienestar de nadie, porque desde nuestros saberes tenemos alternativas muy superiores.
Luchamos porque la dignidad, la justicia, la paz, la libertad, el bienestar, el respeto y el aprecio sea para todas y todos, luchamos por la igualdad entre los sexos, que incluye la valorización del papel de las mujeres en la agricultura y la alimentación, su aporte económico al sostenimiento de las familias y en la construcción cultural y espiritual
Luchamos por poner fin a la violencia doméstica e institucional y por el derecho a la autodeterminación.
Porque no hay vida si no hay futuro, luchamos porque haya condiciones para que nuestros hijos e hijas, nuestros nietos y nietas, sus nietos y nietas, tengan la posibilidad real de permanecer en el campo y saber que tendrán una vida digna para ellas y ellos, y para las futuras generaciones.
Ofrecemos en reciprocidad nuestro esfuerzo y compromiso por comprender en profundidad los problemas específicos del conjunto de los movimientos sociales, de sus resistencias, y unirnos para impulsar nuestras luchas comunes.
Del mismo modo, nos esforzaremos por comprender las particularidades de las preocupaciones y los compromisos de la Iglesia Católica.
Nos comprometemos a participar en estos días y en el futuro en la búsqueda de tareas y esfuerzos comunes, a desplegar nuestra solidaridad de manera más cotidiana y a juntar fuerzas en la búsqueda de la dignidad, la justicia, la paz y el buen vivir.
¡GLOBALICEMOS LA LUCHA! ¡GLOBALICEMOS LA ESPERANZA!